Besos en el escenario, Pappo en la puerta de los camarines y un sonido ensordecedor: Van Halen y el primer megarecital en Argentina después de Malvinas

Con una parafernalia asombrosa para la época, la banda del fallecido Eddie Van Halen revolucionó la escena porteña en dos noches inolvidables

Van Halen a comienzos de los 80 (Crédito: Grosby Group)Van Halen a comienzos de los 80 (Crédito: Grosby Group)

Pedro Aznar volvía de una gira europea con Pat Metheny, los españoles de Barón Rojo conquistaban Londres y Luis Alberto Spinetta desmentía que fuera a disolver a Jade en lo inmediato. Estaba comenzando 1983 y el mundo del rock empezaba a mezclarse, en la Argentina y en el mundo. Al sur del continente americano, la Guerra de Malvinas había quedado atrás, dejando resabios de dolor e injusticia. La democracia comenzaba a palpitarse, aunque faltaban unos meses para que asumiera la presidencia Raúl Alfonsín. Buenos Aires comenzaba a respirar otro aire y Van Halen desembarcaba con todo su cargamento de hard rock, desde los Estados Unidos. Los tiempos estaban cambiando.

En la ciudad de la furia asomaba una nueva era y el estadio de Obras Sanitarias se vistió de gala para recibir a la potencia norteamericana en sus dos shows del viernes 11 y el sábado 12 de febrero de 1983. Los espectáculos internacionales en vivo eran todavía una excentricidad y los de Pasadena, California, se llevaron la cucarda de ser el primer grupo extranjero en llegar después de la guerra con Inglaterra. Había pasado Queen en 1981, con gran éxito, pero no había muchos más antecedentes. El evento era tan importante que ATC (el canal estatal) puso cámaras en el Templo del Rock y se emitió en diferido gran parte del show. Los temas no se pasaron en orden e incluso se cortaron algunos, pero la gente pudo disfrutar desde sus casas un verdadero espectáculo de hard rock como nunca antes se había visto.

Un domingo después de los recitales en vivo, y a través de la pantalla chica, los argentinos pudieron revivir la sensualidad de David Lee Roth, el talento de Alex Van Halen, la contundencia de Michael Anthony y, por supuesto, la guitarra feroz del recientemente fallecido Eddie Van Halen. Aunque en la tele no se sintió con toda fidelidad el poder de sus cuerdas, sí quedaron inmortalizadas en los oídos de los presentes y en las páginas de la revista Pelo que en su edición número 181 publicó: “Eddie es el guitarrista más hábil que haya tocado sobre un escenario argentino. Su trabajo fue abrumador, con un manejo apabullante de su instrumento. (…) Su estilo es absolutamente original y tiene el desenfado de quien toca porque disfruta realmente haciéndolo”.

La gira de Van Halen en la que venían presentando su disco Diver Down había comenzado en Augusta, Giorgia, y se movía en procesión. Todavía faltaba un año para que terminaran de hacerse virales con su hitazo “Jump”, del álbum 1984, pero ya eran estrellas. Equipos, músicos, asistentes, todos formaban parte de una comitiva enorme en la que nada podía fallar. En medio del clásico sexo, drogas y rock and roll, la banda trabajaba con un profesionalismo extremo: sus shows eran espectaculares. Y la exigencia no era poca. De allí se desprende la leyenda de los famosos M&M´s marrones. Según la lista de pedidos (denominada “rider”) de Van Halen, debía haber en los camarines cuencos repletos de los clásicos confites de chocolate de todos los colores, menos marrón. ¿Tanto lío por un confite? Los artistas tenían sus motivos.

En su autobiografía (“Crazy From The Heat”, 1998) David Lee Roth, explicó por qué el artículo 126 decía “No habrá M&M’s marrones en el backstage, bajo pena de suspender el concierto, con el pago total al grupo”. Los detalles despejaron toda duda de divismo ridículo: “Nos movíamos con nueve camiones de 18 ruedas, llenos de equipo, por lugares donde el estándar era de tres camiones como máximo. Y hubo muchos errores técnicos: ya fuera que las vigas no podían soportar el peso, que el suelo se hundiese o que las puertas no eran lo suficientemente grandes como para meter el equipo. Nuestro rider parecía la versión china de las páginas amarillas por la cantidad de equipo y seres humanos necesarios para que todo fuera bien. Un pequeño ejemplo: ‘Artículo 148: Habrá enchufes de voltaje de 15 amperios a una distancia de 20 pies, de manera uniforme, proporcionando 19 amperios…’. Ese tipo de cosas”.

Entonces el carismático cantante, explicó dónde entraban las golosinas en esta maraña de indicaciones: “Cuando caminaba por el backstage, si veía un M&M marrón en ese cuenco… bueno, mejor verificar toda la producción. Seguro que iba a haber un error técnico porque no habían leído el contrato. Garantizado que te encontrarías con un problema. Uno que podría destruir todo el espectáculo. Uno que, literalmente, podría ser potencialmente mortal”. El capricho era un poco raro, pero el fin justificaba los medios.

En la Argentina todo se cumplió bastante a rajatabla, pero en Montevideo donde habían tocado una semana antes, la producción resultó un poco más precaria. “Cuando hicieron los ensayos, no entendían nada. Les habíamos dicho que era un lugar con una acústica primitiva, pero nunca pensaron encontrarse con eso”, le dijo el empresario Berch Rupenian al diario uruguayo El País. El responsable de la llegada de Van Halen a la capital de Uruguay reconoció que los músicos no eran tan populares por allí en ese entonces, pero que las entradas se vendieron. Las condiciones no eran las más óptimas: “Era muy folclórico el Cilindro (en referencia al Estadio Dr. Héctor A. Grauert) porque nunca tuvo un tratamiento acústico, y cuando Van Halen llegó, les vi las caras. Pero al final se reían. No sé cómo logró el genio del ingeniero que trajeron, que el sonido no fuera un caos. Pero había tanto interés de la gente que se bancaron un sonido que no fue el ideal”.

En la capital argentina el sonido fue “ensordecedor” según la crónica de Pelo, pero no hubo oídos sangrantes como contaba la leyenda. Igual pasaron varias cosas llamativas que rescató la clásica publicación rockera: Pappo no pudo pasar a saludar a Eddie por camarines, antes de salir para un show en Tapiales con Riff; los hombres encargados de la seguridad del evento golpearon a un grupo de fotógrafos acreditados y David Lee Roth se olvidó dos veces la letra en el show del sábado, pero zafó diciendo que como era el último de la gira, “no era para alarmarse”. Tan relajado estaba David que en un momento pidió que subieran a una fanática al escenario, la besó, bailaron juntos un ratito y la devolvió al lugar de donde había venido: los brazos del guardaespaldas que la había ayudado a trepar.

El solo de guitarra de Eddie Van Halen en Obras Sanitarias

FUENTE : INFOBAE Por Marianela Insua Escalante 

 

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