El 6 de febrero de 1945, en un pequeño poblado de la isla centro americana, nació el músico que tomó el reggae, un ritmo popular de su tierra, y lo convirtió en patrimonio universal. Creció en una casa sin electricidad, sin padre y rechazado por parte de su familia por el color de su piel. La conmovedora historia de hombre que murió de cáncer a los 36 años mientras peregrinaba por México y Alemania en busca de tratamientos “milagrosos”
Por Guillermo E. Pintos
El 6 de febrero de 1945 en Nine Mile, un poblado de la parroquia (provincia) de Saint Ann, Jamaica, nació Bob Marley. Hoy cumpliría 75 años. Cantante y compositor de reggae, un estilo musical signado por la fuerte presencia de su base rítmica -bajo más batería y la repetición de acordes- que hoy es banda de sonido global, Marley es el mayor mito cultural, social y polìtico de Jamaica. Una pequeña isla caribeña a la que además suele asociarse con playas paradisíacas, pobreza estructural, la velocidad de sus atletas (Usain Bolt, tricampeón olímpico y recordman mundial de los 100 metros llanos, el más notorio), el consumo “espiritual” de la marihuana y relacionado a ella, la práctica de la religión rastafari que aboga por el regreso de las tribus negras de todo el mundo a su madre tierra, África.
Marley fue un elegido, un chamán: inesperada mezcla de Jesucristo y el Che Guevara con una cosecha de brillantes canciones sociales, esparció la tríada reggae-marihuana-rastafarismo por el mundo. Tomó un ritmo popular de su tierra y lo convirtió en patrimonio universal. Y ya nada fue igual. El relevante crítico de música pop del New York Times, Jon Pareles, escribió una vez: “Bob Marley se convirtió en la voz del dolor y la resistencia del tercer mundo, una víctima en la jungla de cemento que nunca renegó de sus orígenes. Los marginados de todo el mundo siempre escucharán a Marley como su propio campeón”. Y así, en parte importante de sus vidas, de nuestras vidas.
Las canciones de Marley -entre las más escuchadas del mundo junto con las de los Beatles y los grandes éxitos de la bossa nova- hablan de pobreza, justicia, opresión pero además claman por dignidad y alimentan la esperanza. Hay algo ahí, en cada una de ellas, que hacen que cada oyente -sea dónde sea y en el tiempo en que suceda- se sienta valioso y único.
Marley es un artista especial, además de ser la primera estrella de rock global que nació en el Tercer Mundo. Alguien que habla por la gente. Su música de raíz religiosa pero curiosamente asociada con la “diversión” nunca deja asomar un gesto comercial aunque haya vendido (y se sigan vendiendo) millones de copias de cada uno de sus discos a través de una compañía discográfica multinacional, reediciones de sus grandes discos y nuevas “grabaciones encontradas” aparezcan cíclicamente hasta aburrir, y la disputa por su herencia siga ocupando a un montón de abogados de sus deudos (un batallón de 9 esposas-parejas-amantes y 12 hijos e hijas reconocidos).
Ninguna estrella de la música occidental ocupó un lugar cultural y social más poderoso en el escenario mundial. El libro que lleva por título una de sus tantas canciones famosas, So Much Things to Say (Tantas cosas por decir), escrito por quien tal vez sea el mayor experto en su vida y obra, el periodista y coleccionista estadounidense Roger Steffens alimenta una teoría espiritual para explicar el fenómeno. Muchos de los allí entrevistados -amigos, parejas, hijos, compañeros, expertos- lo retratan como una figura cristiana: un niño nacido sin nada que se convierte en una persona profundamente espiritual, un líder natural y, dicen, un profeta que podía ver el futuro. Steffens informa que cuando Marley estaba en su apogeo, “sus shows en vivo comenzaron a parecerse a las reuniones de gospel con un predicador y su coro (femenino)”.
Había una vez
Cedella Booker era una mujer afro-jamaiquina de 18 años que se dedicaba a las labores del campo y del hogar, cuando conoció al capitán de la infantería de marina británica, un jamaiquino blanco de ascendencia inglesa llamado Norval Marley. Esta relación no duró mucho tiempo porque el hombre de 50 años tenía otros compromisos familiares y no quería quedarse al lado de Cedella. Quien un día se dio cuenta que estaba embarazada de un niño al que llamaría Robert Nesta Marley Booker.
El pequeño Robert y su madre vivieron sus primeros años en Nine Mile, a 3 horas de Kingston, la capital jamaiquina. Cedella trabajaba y luchaba cada día para sacar adelante a su hijo. En la pequeña casa rural no había agua ni electricidad y a pesar que su padre lo reconoció y eventualmente lo apoyó económicamente, Bob nunca tuvo contacto con él debido a los prejuicios de su abuela (madre de Norval). No podían ni querían ser vistos con un niño de raza negra. Cuando Bob tenía 9 años, se mudaron al ghetto de Trench Town (Oeste de Kingston), un barrio con calles de tierra y viviendas de cartón profundamente afectado por la violencia política y la delincuencia. Ahí se crió.
De jovencito fue destratado por la historia familiar-racial que cargaba en sus hombros. “Era como el patito feo”, recuerda Bunny Wailer, el hombre con quien formó la famosa banda The Wailers, su grupo para toda la vida. “Hubo muchas noches de tierra fría como su cama y una piedra como almohada”, dice. También era un paria. “Los blancos lo consideraban un niño negro; los negros, críticos de los niños de raza mixta, se burlaron de él como el niño amarillo”, dice Steffens. “Para Bob, su color parecía ser un impedimento dondequiera que iba, lo que lo hacía meterse para adentro. Era un alma solitaria que confiaba en sus propias fortalezas internas”.
En 1963 cuando tenía 18 años, Marley se alió con Bunny Wailer y Peter Tosh para formar el grupo Wailing Wailers, al que se sumaron luego Junior BraithWaite y las coristas Beverly Kelso y Cherry Smith. Grabaron y editaron el simple Simmer Down, una canción de ritmo alegre -cercano al ska, que es como una versión anterior y levemente más acelerada que el reggae- cuya letra retrataba a las bandas callejeras de Kingston. Después de eso pasaron a llamarse The Wailers y un par de años después, se transformaron en Bob Marley & The Wailers. Con ese proyecto en 1972, llegó a Inglaterra. Fue contratado por el pequeño sello Island Records propiedad de un emprendedor y melómano jamaiquino residente en Londres, Chris Blackwell.
En una producción que publicó la revista Rolling Stone en marzo de 2014, Blackwell -que hizo el descubrimiento de su vida, obviamente- cuenta que la primera vez que lo conoció pensó que “sería como Jimi Hendrix. Vi a los Wailers como un acto de rock negro, así es como quería posicionarlos… Pero de alguna manera sus letras, mensaje y aura fueron mucho más amplios. No creo que nadie pudiera haberlo previsto. Cuando entró a mi oficina en Island Records tenía una gran presencia. Confianza, no arrogancia. ¡No tenía un boleto de regreso a Jamaica! Eso me impresionó mucho”.
Blackwell asegura que le dio 4000 libras más que nada para que se fuera. “Nunca pensé que sacaría algo de aquello, pero a los cuatro meses volvió con Catch a fire”. Ese fue el primer disco de Bob Marley & The Wailers en Europa. La piedra angular de una leyenda. No sin contratiempos: el disco fue regrabado con arreglos de músicos ingleses y un sonido menos “crudo”, más cercano al gusto occidental.
No hubo gran impacto inicial, a pesar de la originalidad del packaging y el arte de tapa del disco: una réplica en cartón de un encendedor Zippo de la que solo se fabricaron 20 mil copias y hoy es locura de coleccionistas. Las siguientes ediciones fueron ilustradas con la icónica imagen de Bob fumando un generoso cigarrillo de marihuana. La semilla estaba plantada.
El nacimiento del mito
En poco menos de una década, accedió al Olimpo de la industria del entretenimiento musical global, publicó 10 álbumes -dos de ellos en vivo, Live! y Babylon by bus, en dónde algo de la energía natural que desparramaba se puede llegar a percibir- y pasó a formar parte de la aristocracia rockera del momento. Incluso fue reivindicado por buena parte de los líderes de la revolución punk que puso patas para arriba al rock en 1976-1977, porque consideraban al reggae “música auténtica” a diferencia del boato que rodeaba a grupos como Génesis, Yes y Pink Floyd. Sin embargo, el mito cobró sus actuales dimensiones gigantescas después de su muerte por cáncer a los 36 años, en 1981 en Miami. Un doloroso final al que arribó luego de peregrinar por clínicas y tratamientos supuestamente milagrosos en México y Münich.
La cifra estimativa más aproximada a la realidad indica que hasta hoy, se vendieron en total unos 250 millones de copias de sus discos. Sin contar claro, las millones de copias ilegales en un tiempo en casette, luego en cds y ahora a través de archivos digitales.
Especialmente el favorito de todos los tiempos entre sus discos es Legend, una recopilación de himnos entre los cuales están por supuesto Is this love, No woman no cry, Three little birds, I shot the sheriff y Get up stand up entre otros, que se mantuvo 500 semanas -más de 10 años- entre los 200 discos más vendidos según la revista estadounidense Billboard, y más de 800 semanas -más de 15 años- en el top 100 del ranking de los discos más vendidos en el Reino Unido. Cifras, récords que nunca alcanzarán para medir y mucho menos explicar, el impacto emocional de las canciones de este hombre que hoy cumpliría 75 años.
FUENTE : INFOBAE Por Guillermo E. Pintos