Por su papel en Miami Vice, fue la imagen del hedonismo y el desenfreno de su época. Sacos Versace de colores, mujeres hermosas, barcos, aviones, drogas, alcohol, fiestas y la rutina de entrar y salir de rehab. Por qué creyó que no llegaría a los 30 y cómo logró cambiar de vida.
Por Mercedes Funes
En su último video de Instagram, él mismo anunció que la cadena NBC celebrará hoy su cumpleaños con una emisión especial de Kenan, la sitcom de los productores de Saturday Night Live en la que encarna al suegro de un joven padre viudo que, en sus intentos por ser de alguna ayuda, termina casi siempre por complicar las cosas. La comedia es un éxito y Don Johnson, un número puesto en los dramas de acción que nunca había incursionado realmente en el género, se ríe con voz aguardentosa. Tal vez ése sea el único rastro de un pasado conocido de sexo, drogas, fiestas y ostentación (sí, también rock ‘n roll, o pop, porque grabó dos álbumes con hits que llegaron al top 5 del Billboard); símbolos de una época que, el hombre que en la ficción tenía un cocodrilo por mascota, dominó o, al menos, creyó dominar. No era de extrañar que terminara en sus fauces.
A los 72, Donnie Wayne Johnson perdió las mañas junto con las hombreras y los sacos arremangados de Versace que usaba en los ochenta, pero tiene la piel y el bronceado de su detective Sonny Crockett de Miami Vice (1984-1990). En cambio, no perdió el pelo: lo lleva apenas menos rubio y leonino que en la serie que lo convirtió entonces en ícono de estilo y en uno de los hombres más deseados del mundo; amante, novio y marido de las mujeres que marcaron esa era (Barbra Streisand, Patti D’Arbanville, Cybill Shepperd, Uma Thurman, y Melanie Griffith –uno de sus grandes amores, con quien se casó dos veces y tuvo a su hija Dakota, 32–). Pero, en sus proyectos y en la vida, al actor parece por fin haberle llegado el tiempo de reírse con ganas.
Es que, fuera de la superficie, a aquel hedonista que coleccionaba autos, barcos y aviones como compañías y se seguía sintiendo un adolescente díscolo pasados los cincuenta, le costó décadas sentirse verdaderamente feliz con su vida. Nunca le faltó trabajo y tuvo papeles de culto, como en Machete (2010), de Robert Rodríguez, o Django Unchained (2012), de Quentin Tarantino, pero no era suficiente. Después de todo, era difícil darse valor él mismo a medida que envejecía, cuando Hollywood sólo había visto en él desde un principio solamente a un chico lindo. Tremendamente lindo.
Eso fue justo lo que dijo sobre él Griffith la primera vez que lo vio en el set de The Harrad Experiment (1973), en donde un Don de 22 años hacía un desnudo total como uno de los alumnos de su madre, Tippi Hedren, que protagonizaba el film. En realidad, lo que pensó la actriz, que entonces tenía apenas 14, fue que “era la persona más hermosa que había visto jamás”. Y también era cierto que tenían mucho más que la belleza y la actuación en común.
Hijo de padres casi adolescentes, Johnson había tenido una infancia de horror. “Tenía todos los números de la quiniela: abuso, divorcio antes de que yo cumpliera doce, y encima era el más grande –le dijo a The Guardian hace diez años–. Fue una niñez muy triste. Y cuando te vas de tu casa a los 16 y sin planes y te tenés que defender solo hasta en el colegio, eso te forja el carácter”. Melanie no la había pasado mucho mejor. Su madre, esa musa a la que hoy se sabe que Hitchcock acosaba laboral y sexualmente desde que la dirigió en Pájaros (1963), obligaba a su hija a convivir con leones en su rancho –uno, incluso, la había mordido jugando, por lo que tuvieron que darle 50 puntos en la cara: “Fue una época loca y peligrosa, que me hizo fuerte”, dijo en junio del 2020 la actriz al Daily Mail. Ella siempre había sido una especie de Lolita, una criatura sensual por naturaleza. Y Don también: había debutado a los 12 años con su niñera de 16, y a los 18, salía con su profesora de teatro en la Universidad de Kansas. No le costó nada que lo notaran en los castings cuando se mudó a San Francisco, con las mujeres como trampolín. Era un objeto sexual.
Con 15 años, Melanie se mudó a la casa de Don casi como si encontrara un refugio, un par. Eran dos animales salvajes. Por entonces no era un problema que ella fuera menor. Cuando le preguntaron a él por la diferencia de edad, dijo que era “más mujer” que la mayoría de las chicas que conocía. Se comprometieron el día que ella cumplió 18, y se casaron en enero de 1976. Un mes más tarde, Don sufrió un duro golpe cuando asesinaron a su joven amigo Sal Mineo en la puerta del departamento de West Hollywood que habían compartido después de hacer juntos la obra de teatro Fortune’s and men’s eyes (1969), de Mineo. Tal vez por eso, durante mucho tiempo, Johnson estuvo preparado para morir no mucho después de los 30. Era una generación acostumbrada a vivir rápido y a los finales trágicos.
Y la historia de amor con Melanie no podía correr mejor suerte. En una relación entre dos salvajes, los daños eran previsibles. La noche antes del casamiento, Don le confesó a Melanie que había estado viéndose con la ex Miss Mundo Marjorie Wallace. Ella lo perdonó del mismo modo que se había repuesto de la cicatriz en la cara, y se juraron amor eterno en Las Vegas, pero seis meses después se separaron, y en noviembre de 1976 el divorcio estaba firmado.
Entonces, cada uno siguió su camino pese a aquel juramento. Ella tuvo un publicitado romance con el actor Ryan O’Neal y más tarde se casó con Steven Bauer, con quien tuvo a su hijo Alexander. Y Don conoció a la modelo de Andy Warhol Patti D’Arbanville. No se casaron, pero tuvieron a Jess Johnson (49).
Su dependencia con el alcohol y la cocaína se volvió cada vez más problemática y terminaron con su pareja. Aunque en ese entonces pudo darle un vuelco a todo cuando se acercó a Alcohólicos Anónimos y por un tiempo se mantuvo sobrio. Fue un giro providencial: un año más tarde, le llegaría el papel de su vida como el detective Sonny Crocket de Miami Vice, junto a Philip Michael Thomas. Era paradójico, claro. Mientras el show se volvía un éxito en 130 países, él se deslizaba en el círculo de las fiestas de Miami como el más vip de los vips entre “políticos, senadores, policías, y las prostitutas más lindas del mercado”. Lo que al principio le sorprendía (“¿Así que me conocen todos?”), se volvió un pasaporte a su infierno personal: ya no le molestaba llevar drogas a cualquier lugar público, la ley estaba de su lado, lista para colaborar en su camino de autodestrucción.
Por televisión, sin embargo, el medio en el que triunfó durante toda su carrera, todo se veía tan brillante como el color de sus sacos. En todo caso, Don Johnson la estaba pasando bien. ¿Qué podía decirse de un tipo que llegaba a las fiestas acompañado de cinco modelos de cada agencia de Miami?
De vez en cuando trascendía, sin embargo, que Don Johnson luchaba contra sus adicciones, y lo mismo pasaba con Griffith. Cuando a ella la llamaron para el papel en Working Girl (1988), una noche tuvo miedo de no estar a la altura y llamó a Johnson. Quería dejar la cocaína. Empezó un largo ida y vuelta de conversaciones telefónicas, primero como dos que se querían y se conocían profundamente y buscaban darse apoyo en ese momento crucial de sus vidas.
Don Johnson asegura que Dakota fue concebida durante el rodaje de la película por la que Griffith ganó un Globo de Oro. Y las fechas no mienten. Dakota cumplió 32 años el 4 de octubre pasado.
Los primeros años se mantuvieron sobrios y, aunque se divorciaron en 1996, los dos aseguran que se van a amar siempre, como prometieron en el 76, y todavía son grandes confidentes.
Con el envión de Miami, Johnson llegó a los 90 (y a otro exitoso policial, Los Puentes de Nash) sin disposición a ningún límite. Cuando habla en entrevistas de ese tiempo, se refiere a sí mismo como su período de “Elvis gordo, lo que en mi negocio es igual a un suicidio”. No importaba cuanta droga se hubiera metido en el cuerpo: lo único que detuvo al símbolo sexual que había sido, lo único que hasta hoy identifica como tanático Don Johnson fue haberse visto gordo.
Y eso fue lo que lo cambió: inició un proceso de recuperación junto a su nueva mujer, una maestra de escuela Montessori, Kelley Phleger, con la que tuvo tres hijos (Grace, Jasper y Deacon) y junto a quién inició un proceso personal que involucra budismo, terapia, gimnasia, una dieta equilibrada y, sobre todo, “la erradicación del miedo”.
Ahora, asegura, tiene un sólo vicio: el cigarrillo electrónico. A las ensaladas les saca los croutones. También, que vendió sus posesiones más ostentosas: “Mi rancho en Colorado, mis 20 autos, y todas las cosas que definían a Don Johnson”. (Sí, Don Johnson habla de sí mismo, o del que fue, en tercera persona). Y que no puede separar eso de su transformación: “Es que todos creen que esas son las cosas que te hacen feliz, y yo me di cuenta de que no es así”.
FUENTE : INFOBAE Por Mercedes Funes